2 de noviembre de 2011

Kaiji - Hakairoku Hen: El futuro está en nuestras...

Kaiji se estrellaría contra la última defensa del Lodazal: una barrera invisible y razonablemente impenetrable que rechazaría cualquier bola que se atreviera a aproximarse al agujero ganador. ¿Es el uso de una pared de aire algo injusto? El enfrentamiento contra Ichijou ya trasciende la idea de un duelo legal o que respete cualquier regla, lo único que se puede tener en consideración es todo aquello que suceda y que no sea detectado por las personas allí presentes, o que, de hecho, no se pueda demostrar. Con esto, Kaiji vería agotarse una a una sus esperanzas de vida —y con esperanzas me refiero a las esferas plateadas—, incapaces de hacer más que rebotar inútilmente en la última plataforma de la máquina devora hombres. El desafortunado protagonista vería su vida acabarse junto con el lanzamiento de su última ficha, sin más dinero, sin más opciones y con el peor destino pensado para cualquier hombre. Era eso, le esperaba una muerte lenta, dolorosa y sin aspiraciones.

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Y en serio, sucedió. Perdió.

Por unos minutos, en efecto —y para los espectadores durante toda una semana—, Kaiji no podría hacer más que podrirse en el infierno —casi literalmente—. La afortunada llegada de Kotaro-san se considera el último elemento sorpresa desencadenante del final giro de eventos. Acompañado de un discurso con el que buscaba justificar la aparición de la enorme cantidad de dinero que acababa de presentar —me pregunto si es que si se hubiese contado con esa suma desde el inicio habría habido la necesidad de firmar ese contrato adicional con Endou—, sinceramente no había tiempo para más detalles. Tiempo, oportunidades, municiones para el ataque final era lo que se necesitaba para destruir aquella barrera invisible y esos fajos de yenes aportaban justamente eso. La cara de Ichijou fue una obra de arte —nuevamente, es casi una expresión literal—, ya no había nada más que impidiese la victoria, una a una las bolas fueron amontonándose en el último platillo del Lodazal hasta que lo inevitable aconteció, la ruptura de la última defensa, esa presión para la que la certera pero limitada corriente de aire no estaba preparada. Después de eso, la algarabía.

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Sin embargo, pese a la victoria de Kaiji, esta segunda temporada no cierra con un final precisamente feliz, sino con uno bastante desalentador y que incluye un mal presagio. O más de uno. Se puede empezar con el tema de la división del dinero, aquella nefasta necesidad de Itou de repartir el dinero sin buscar ninguna ventaja para él como actor directo del alcance del premio máximo. No es sólo el hecho de rescatar a sus compañeros, sino que entregarles aún más que eso ya tiende a la estupidez. El atraco de Endou es otra consecuencia de esa misma ingenuidad. De todas maneras, se puede tener la seguridad de que si Kaiji hubiese detectado las letras pequeñas en ese contrato retorcido y se hubiera negado a acceder a una tasa de interés tan alta, Endou no habría arriesgado el resto de su dinero. Aún con ello, sesgar la posibilidad de que el protagonista pueda convencer al prestamista es maligno, así como el impacto al revelarse la noticia. No se pretende asumir que las personas en la realidad son tan crueles como en el universo de Kaiji, pero está claro que en el mundo en el que él se mueve, todos se dan la espalda entre ellos apenas ven que algo les resulta desventajoso. En ese entorno, Kaiji ya debería haber aprendido la lección, pero no. Con ello y con el haber gastado lo poco que le quedaba de dinero en una apuesta rápida, no cabe la menor duda que su futuro es un desastre. Continuará apostando, perderá y sólo cuando esté perdido, resurgirá. Quién sabe si para bien, para peor o para continuar flotando en ese foso de lodo que es su vida.

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Más enemigos y la promesa de la ciudad subterránea. Quizá, algún día.