10 de octubre de 2010

Jugando —o sufriendo— I wanna be the guy (Parte 1 y 2)

Aparte de salir el viernes en busca del regalo para lo de Ricky (y de comprarme algo fuera de mis planes), tenía otro objetivo en mente: conseguir un micrófono para mi PC. Y es que desde los días en los que transmitía junto con César lo de Funny Break en Cemzoo ha pasado ya bastante tiempo y el micro que usaba por esas fechas está más que perdido, quizá enterrado, sepultado.

Una vez con el nuevo hardware en casa, me tiré a dormir. Tenía muchísimo sueño. El sábado finalmente me pude dedicar a configurarlo, a resolver el tema de "¡POR QUÉ DEMONIOS NO CAPTAS EL SONIDO SI PARA ESO ESTÁS HECHO!" y a proponerme hacer algunas pruebas bastante cuestionables con él, ya que más allá de un probable programa de radio también se encontraba la idea de hacer unos curiosos videos. Videos que hace ya mucho tenía ganas de realizar.





El jugar I wanna be the guy es siempre un reto. Sin embargo, no es sólo uno en el ámbito jugabilístico, sino también en el tema de la paciencia. Porque, en serio, hay que ser muy paciente con este tipo de juegos. Lo frustrante que en ocasiones llega a resultar la colección I wanna be the provoca reacciones en las personas que osan jugarlo bastante curiosas y, de hecho, divertidas, aunque esto último sea sólo y tan sólo para los espectadores.

Dejando de lado lo reprimido que me he sentido al grabarme hablando solo (joder, ha sido peor que cuando transmitía), la experiencia ha sido bastante cuestionable, pero entretenida. Lo volvería a hacer, aunque creo que jamás con un juego que no haya probado antes. Sino, tardaría en avanzar como mil millones de años y no creo que de eso se trate (en adición, cuando me enojo, sí me enojo feo).

Aunque eso le dé resultado a algunos.