Hyouka - Episodio 11: Fin del papel de El Loco

La última vez que alguien me confesó su tendencia manipuladora, quizás en un arrebato de ridícula confianza, irónicamente nunca más pude creer en esa persona. No se trató de la pérdida total de la fidelidad, sino de un retraimiento con intenciones defensivas; similar a la reacción que tendría alguien si un compañero le confesase su incapacidad de controlar sus ganas de robar objetos o dinero. No obstante, la manía manipuladora es muy diferente a la talentosa maquinación, principalmente porque la primera es un penoso resultado de una autoestima baja que recurre a la herramienta de la distorsión de información o a la intriga para ocultar sus debilidades; mientras que la segunda implica cálculo y determinación por alcanzar un objetivo en concreto sin que esto suponga la protección de la estima propia. ¿Pero de qué extremo se encuentra más cerca Irisu-senpai? Y si por casualidad no hubiera manera de esclarecer este aspecto, ¿cuáles son las consecuencias de sus actos? Oreki evidentemente se enfrenta al peor enemigo que puede tener alguien que es representado por la carta de El Loco, aún cuando es obvio que ya ha sido arrastrado por las insinuaciones de la jefa de turno del proyecto, ¿cómo encarará la verdad?

Es posible que para nosotros como espectadores la manipulación en general o los recursos de manipulación en específico utilizados por Irisu nos hayan resultado evidentes. Mas si nos ponemos en la posición de Oreki, considerando todo lo que puede haber pensado, desde su reacción inicial, aquella apática forma de contestar a la que nos tiene acostumbrados, hasta el día en el que con esa extraña emoción decide por su cuenta poner a trabajar sus razonamientos, ¿realmente fue todo tan obvio? El crédito lo tiene la senpai, quien por sobre la advertencia de Satoshi —porque sé que todos recuerdan esa notificación—, logró acceder al gris corazón de nuestro protagonista e implantarle una muy real, pero falsa idea de la verdad que le rodea. Si tuviera que partir por las intenciones de la chica, tendría que admitir que, al cierre del arco, no fui capaz de distinguir a qué extremo de la clasificación de manipuladores se encontraba ella. Más allá de situarla en la zona blanca o negra, que soy consciente no suele ser así, y quizás pasando de la palabra «distinguir» a «decidir», creo que la clave está en la conversación final vía interfaz de texto.

Se sabe que el proyecto no podía ser terminado, no porque Hongou esté enferma y no porque no haya un final pensado, sino porque la escritora decidió omitir los deseos de los demás, redactando la historia para que ésta terminase como ella quería. Esto, no con una certera mala intención, pese al actuar egoísta explícito, sino por su gusto por los finales felices «absolutos», tan poco aceptados en el contexto de las novelas de misterio. Al llevar a cabo las grabaciones y crearse la incompatibilidad entre lo planeado y la cinta final, producto de la no modificación de los elementos claves para la resolución, la urgencia por crear un desenlace alterno se hizo presente. Irisu decide hacerse cargo, pero, sea por un afán de encubrir el error de Hongou, o por evitar el pánico que se generaría ante la posibilidad del fracaso del proyecto, se ve a sí misma en una posición en la que no puede confesar la verdad de la situación, lo cual, como persona que odia los fallos y como manipuladora propiamente dicho, le lleva a maquinar todo lo que se ha visto en los últimos episodios transmitidos de Hyouka, desde reunir a los mejores detectives del proyecto, pasando por la convocatoria de los miembros del club clásico, hasta la conversación directa con Houtarou, su objetivo definitivo resultado de sus investigaciones. Todo esto que he escrito es básicamente la realidad a la que se enfrenta Irisu. Sobre estos datos es que se crea su conclusión, aquella que le obliga a actuar como lo hizo, lo que debería permitirnos a nosotros, como espectadores, entender sus sentimientos y poder ubicarle en uno de los extremos de la clasificación mencionada con anterioridad. Sin embargo, mientras que la frialdad de sus decisiones, esa seguridad invencible que la distingue a lo largo de su arco la ubica en el lado de los maquiavélicos estrategas, lo ambiguo de su orgullo, una de las características más fuertes de las personas que recurren a la manipulación como recurso defensivo, provoca la duda. Aún cuando se aprecia su conversación de cierre, aquella que tiene aparentemente con su senpai, la desesperación con la que afirma haber lastimado los sentimientos de extraños únicamente por el éxito del proyecto no termina de convencerme. ¿Se encuentra Irisu de repente asaltada por la preocupación de la impresión que su superior pueda hacerse de ella? ¿O es que sus convicciones flaquean al verse descubierta por alguien que tiene una mayor influencia sobre su persona? Lo cierto es que, para simplificar y para felicidad de los fans de Oreki, la presión que indispone a Fuyumi es el claro signo de su derrota. No, la desconexión abrupta de su senpai es la estocada final. Y es que no hay nada peor que decepcionar a quien admiras, sobre todo cuando ése es tu verdadero objetivo detrás de toda la maraña de enredos.

Pero la derrota de Fuyumi será algo que Houtarou jamás sabrá. El muchacho enfrenta la humillación, consecuencia de haber sido literalmente utilizado por una chica. Dos cuestiones en este punto, ¿hubiese sido mejor si Oreki no se hubiera percatado de esto? ¿Pueden hacerse una idea de lo que significa descubrir haber sido manipulado? La verdad no siempre es buena, en donde se entiende que una verdad es el valor que gana una proposición lógica, eso es, un concepto que puede ser evaluado como verdadero o falso. Los conceptos pueden ser buenos o malos a costa de la subjetividad del crítico de turno, quien contrastándolo con lo absoluto de los hechos realizará la calificación. Digamos que, en un desagradable accidente, el perro de un niño muere atropellado por el auto de su padre. Ésa es una verdad mala desde el punto de vista del niño —y de muchos más, pero créanme cuando digo que no de todos—, porque la noticia le hará triste, probablemente llorará y odiará a su progenitor, en el peor de los casos no podrá superarlo hasta pasado mucho tiempo, e incluso, dependiendo de otras variables como su educación, la actitud del padre, de la familia, el vínculo que tenía con su mascota, entre otros, nunca. Esta verdad; sin embargo, puede ser manejada de muchas formas por los padres como cómplices. Por ejemplo, se puede indicar la verdad a secas maquillada con una serie de regalos como distractores, eso es, una correcta manipulación de las emociones del pequeño; se puede también, y no hay nada que les prohíba hacerlo, ocultar al culpable, lo que estará sujeto a los índices de culpabilidad que el padre experimentará; además, otra opción es inventarse una situación completamente distinta, algo así como "la mascota se escapó". Probablemente, en este caso, la mejor opción es una mentira parcial o total, ya que la carga de consciencia la tendrá una persona mayor, mientras que el menor será protegido de un trauma indeseable. Mas en el caso específico de Oreki, la relación con su senpai es casi de igual jerarquía —en términos de madurez emocional—.

Debido a este diferente grado de madurez, el deseo por controlar las emociones y los hechos que les rodean como adolescentes es una preocupación constante. Es esa edad en la que uno sabe que no conoce mucho sobre el mundo, pero tiene la certeza de que sabe lo suficiente, mezclado con un orgullo retorcido, arma de doble filo frente al qué dirán. Entonces, teniendo a dos personas con el afán del control de la información propia despierto, el escenario varía un poco, ya no es "lo esconde porque intenta protegerme", sino "se está burlando de mí", y la burla y el ridículo es lo que más aterra a los jóvenes con despertares hormonales. La conclusión es que, con la excepción de ciertos tipos de personalidad más débiles, y sin que el factor edad sea más relevante que la madurez o el deseo de control, siempre será mejor conocer la verdad, aunque ésta sea mala. La otra cuestión era, ¿qué se siente descubrir que te han estado manipulando? Burla, ridículo, y el posterior enojo, frustración, ira, y dadas las mentiras utilizadas, desilusión. Houtarou-kun enfrenta todo esto mientras conversa a solas con Irisu. Qué cara se debe poner frente a la persona que se ha estado riendo de ti todo el tiempo, sobre todo cuando su negación contradice tus hechos, los cuales se pierden en el espacio de las suposiciones. Y no se trata de sonreír y aceptar que el otro te ha jugado una muy buena broma, porque no lo ha sido. No ha sido una mentira blanca con el fin del éxito del proyecto, porque se ha involucrado a gente que no tenía nada que ver para luego jugar con los sentimientos de un joven. Oreki sabe todo esto y está dolido, frustrado. Pero a diferencia de Fuyumi, él tiene a alguien esperándole en el club. Y esta es la clave detrás del arco de la película de misterio.

Chitanda-chan es la luz, la esperanza, la calma. Ella y sólo ella tiene el poder de devolverle a Houtarou, si bien no una sonrisa —que parece que al protagonista le cuesta—, la magia del razonamiento detrás del misterio. Mientras que Fuyumi ve a su senpai desconectarse del chat sin decir nada, Oreki le revela a Eru-chan todo lo relacionado con lo escrito por Hongou. Este contraste entre los respectivos desenlaces deberían bastar para formar un verdadero final feliz, uno en el que la manipuladora fracasa en la integridad de sus anhelos, y en el que el detective es recompensado con la tranquilidad. Con el perfecto desenlace para este arco, la única duda que me queda es si la expresión de Satoshi al conversar con Oreki sobre los celos que sentía con respecto a su habilidad es real o si es parte del clima que Irisu propició. Tal vez no sea tan importante.

Happy end.