6 de septiembre de 2011

Baka to Test to Shoukanjuu Ni!: Minami to Baka

La comunicación verbal es esencial al momento de interactuar con otros, sobre todo porque es el recurso sobre el cual uno se apoya para dar a entender pensamientos, deseos o emociones desde que se es muy pequeño. Es la primera herramienta, la que está allí por defecto, la que todo el mundo usa, indispensable. La comunicación oral tiene, entonces, ciertos elementos —y esto es una clase que a más tardar se aprende en secundaria—, aparte de los obvios emisor, receptor y mensaje; están el canal y el código. Si sólo una de estas partes no está presente no hay transferencia de información y, con ello, la comunicación es nula. Por otra parte, sociabilizar es necesario, ganando importancia de manera superlativa en una edad en la que no encajar en un grupo puede jugar de manera determinante en el desarrollo de una persona saludable: la adolescencia. Los problemas para transmitir ideas pueden ser causados por muchos motivos, en el particular caso de Minami, el no dominar el código de la región le hará difícil desenvolverse en un entorno en el que, de otro modo, hubiese dominado sin mayores complicaciones. Y cuando digo complicaciones, sé de lo que hablo. Experiencia. Sí.

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Las presentaciones siempre se me han tornado dolorosas. No porque siempre haya fallado, sino por la cantidad de pensamientos ansiosos que me invaden en los pocos minutos antes de mi turno, la facilidad con la que mi temperatura se reduce, lo mucho que se me complica dar orden a mis ideas, lo recurrente que todo lo que se me ocurre me parece en ese instante, lo mucho que me preocupa el causar esa buena primera impresión. En el caso de Minami, ella demuestra estar capacitada para ese primer contacto, se pone de pie y se enfrenta al público pese a su problema con el idioma. Sin embargo, eso no se basta para ayudarle a superar esos molestos segundos al frente de la clase de manera limpia, no se alcanza a escuchar el safe! que todo el mundo espera exclamar al término de estos eventos. Las personas que tiene delante de ella no son malas, pueden resultar algo crueles desde su posición, pero su reacción es natural y ella, bajo otros parámetros debió haberlo comprendido, pero, debido a la suma de sus pensamientos negativos y su problema con el código del país, termina cayendo en la malinterpretación. De ese error viene otro, y con ello la temprana exclusión de su persona por parte de sus compañeros. Discriminada no por ser como es, sino por lo que se ve obligada a ser dada su condición.

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Akihisa puede ser todo lo idiota que se quiera —y vaya que lo es—, pero esa escasez de inteligencia le convierte en una persona simple, alguien que no juzga, que no tiene preocupaciones, que no se detiene a meditar si la chica que tiene al frente es rara o no, si es mejor apartarse, si es preferible mantenerse al margen. Aún cuando la joven Shimada sí hace eso —y es curioso porque si bien por su problema de comunicación terminó alejando al resto de la clase, esta misma dificultad le permite no ser concluyente al momento de distanciarse de quien considera un contacto no óptimo—, la ligereza de razonamiento de Yoshii y —por qué dejarlo de lado— su increíble buen corazón, termina dándole una oportunidad, una chance que sólo se verá amenazada por, nueva e irónicamente, la estupidez del chico y el pobre japonés de la muchacha. La superación de esta última barrera trae consigo, en mi opinión, el momento más conmovedor de toda la serie y, con esto, la explicación del inicio de los sentimientos de la pecho-plano por el inspector de castigos.

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Mi propio miedo, el de un grotesco reinicio de los eventos, eso es, pasarse por algo el progreso que tuvo la historia gracias a la escena final del episodio siete, queda apaciguado con este capítulo. Lo increíble es el nivel que se ha tenido que manejar al momento de narrar estos hechos combinando las bromas y sin perder el drama en ningún momento. Me ha resultado fascinante la curiosa armonía con la que se han llevado estos dos elementos. Aún con ello, todavía sigo sin tener idea de lo que vendrá, del cómo acabará esta temporada en los próximos cinco episodios, si la calidad se mantendrá, o si esta sensación de querer ver el siguiente episodio se repetirá con esta intensidad. Por cierto, siempre me ha agradado más Minami que Himeji, sobre todo porque valoro mucho las habilidades de cocina. O bueno, no. Pero es sólo que con estas últimas escenas, Shimada-san y su relación con el tonto de Akihisa han terminado de enamorarme.