17 de septiembre de 2011

Kaiji - Hakairoku Hen: Relatividad

El cómo el tiempo transcurre lo determina la percepción, ése es un hecho. El último par de días antes de que las vacaciones acaben, los últimos minutos de la clase antes de salir al recreo, los —espero que nunca nadie pase por esto— últimos segundos antes de la propia ejecución, entre otros ejemplos, en cada uno se puede medir el tiempo pasado gracias a los estándares conocidos, pero es obvio que la forma como cada quien en cada situación distinta siente que pasa un par de minutos es muy distinta. Entonces, ¿cuánto tiempo ha trascurrido desde que Kaiji se sentó frente al Lodazal e iniciaron su duelo? ¿Cuánto tiempo real, capítulo tras capítulo, ha pasado? En serio, ¿no tiende esto a lo ridículo? ¿No recuerda un poco a Captain Tsubasa y el par de episodios que se pasaban en el aire sin caer al suelo —exagero, sí—? ¿Y por qué no deja de ser genial? ¿Por qué no deja de ser intenso? ¿Por qué uno no pierde la ansiedad? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿POR QUÉ?

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Siempre teniendo en cuenta que los sucesos de esta serie —y de prácticamente toda cosa que se vea en la televisión, rayos— no encajan con la realidad, eso es, respetando los parámetros dentro de los que se mueven los eventos que se pueden apreciar, se valora, finalmente, el camino que ha tomado este encuentro entre el protagonista e Ichijou. La apuesta contra una máquina que maneja sus propias estadísticas en lo que respecta a probabilidad de éxito, establece un escenario completamente distinto a los que Kaiji se ha enfrentado anteriormente. Esto es así porque todo el desarrollo del juego es automático y cualquier plan imaginado tiene que haber sido llevado a cabo antes de la partida, jamás en medio o después de. Con estas condiciones, cualquier razonamiento en plena acción es improcedente, ya que no hay manera de alterar el flujo del sistema llamado pachinko una vez que éste ha dado inicio.

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Lo único que puede darle movimiento a la secuencia natural de eventos son las acciones que Ichijou puede ejecutar con su mando a distancia: el bloqueo y la inclinación de la máquina. Más allá de esto, tanto el apostador como el patrocinador se encuentran expuestos a lo que la relatividad del universo decida arrojar como resultado. En consecuencia, el punto a destacar sería la retorcida elección del guionista, quien decidió que una saga con tan pocas opciones resultaría conveniente, con ello, resaltar a la enésima potencia su habilidad para hacer de este un arco que, pese a las contadas alternativas existentes, ciertamente vale la pena mirar. Bien se podría narrar de otra forma y descubrir que desde que Kaiji empieza a insertar las bolas de pachinko en la máquina ya todo se encuentra decidido, es decir, que no importa lo que piense, lo que haga, lo que diga, lo que imagine, planee, se percate o sienta, no interesa con qué tanta fuerza gire la manija del lanzamiento, ni qué tan fijamente permanezca observando sus lanzamientos, mucho menos cuánto le rece a Dios; éste es un mecanismo automático y punto.

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Desde luego, lo relativo del universo puede volverse una putada para algunos, sea para bien o para mal, pero eso es sólo como se percibe, al igual que el tiempo, no son entidades conscientes, son los personajes involucrados en esta apuesta masiva los que verán cómo sus sueños se reavivan o amenazan con extinguirse ante afortunadas o no ocurrencias en el desarrollo del juego. Irreal o no, el universo de Kaiji exige que acontezcan todas las situaciones posibles, esto es que no tiene en cuenta que, pese a que todo lo que se propone es factible, no siempre tiene que ocurrir todo en un mismo evento, aún así, se agradece ese detalle y el hecho de que siempre haya una explicación pseudo razonable para el giro de acontecimientos.